Para aprender, niños, niñas y adolescentes requieren del apoyo y la orientación externa que guíe su forma de pensar y de hacer las cosas, lo cual no aplica solo a contenidos académicos (como leer o multiplicar) sino también a las habilidades sociales (como compartir y respetar turnos) y emocionales (como identificar las propias emociones o controlar la frustración). En este contexto, el vínculo docente-estudiante aparece como un factor fundamental dentro del proceso de aprendizaje y desarrollo.
La forma en la que el o la docente se relacione con sus estudiantes y con sus propios pares educadores entregará guías de comportamiento que sus estudiantes aplicarán en sus propias relaciones. En ese sentido, si una educadora es empática y entrega reglas claras en su clase, sus estudiantes aprenderán a ser empáticos/as y sabrán qué esperar dentro del aula, facilitando así el aprendizaje de contenidos, pero a la vez sosteniendo un clima de aula nutritivo. Por el contrario, si la educadora es poco flexible o autoritaria, estará ofreciendo patrones de conducta poco empáticos que podrían terminar en conductas agresivas entre sus mismos/as estudiantes.